“Incapaz de percibir tu forma,
te encuentro a mi alrededor.
Tu presencia llena mis ojos con tu amor,
pone humilde a mi corazón,
porque estás en todas partes.”
Por mucho que nos esforcemos en definir, encuadrar o delimitar el mundo, las personas y emociones; hay cosas que no tienen forma. Este es para mí el mensaje que transmite la maravillosa película La forma del agua, de Guillermo del Toro. El amor lo es en todas sus formas: de una humana hacia una criatura o de la criatura hacia la humana, así como también lo es para los que comprenden y respetan esta forma de amor entre ellos.
El agua no tiene forma, adopta la del recipiente o estructura que la soporta
El amor, la felicidad o el modo de vida tampoco la tienen por sí mismos, adoptan la del ser humano que los contiene.
No existe un modo correcto universal en relación a cómo amar, ser, pensar o vivir, sino que existen tantos como individuos. Tampoco hay una única ruta de viaje para todos, ni tan siquiera la misma ruta de viaje para la propia persona a lo largo de su vida.
Existen tantos caminos, tantas emociones, tantas formas de existencia que la vida por definición es un gran collage. Cada persona ha de dar forma, integrar y plasmar su trocito de pintura. Aprender a escucharse, a sentir sin juzgarse y a definirse se vuelve necesario como paso previo a la pintura que cada cual aportará a ese gran collage. Mirar los trozos restantes de ese gran dibujo con comprensión y respeto nos abrirá los ojos a una gran verdad: la belleza de la diversidad que unida armoniza el gran cuadro vital.