Imaginaros que sois una persona muy perfeccionista, de esas que nunca se terminan de conformar con nada. Un día, os toca buscar un marco de fotos por encargo de vuestra madre.
Un marco con unas características determinadas, tiene que ser sencillo y sin grandes adornos. Os ponéis en busca de ese marco, siendo conscientes de que no podéis volver a casa de vuestra madre sin el marco perfecto. Os recorréis gran cantidad de tiendas y en cada una de ellas analizáis muchos marcos de todo tipo, pero ninguno llega a convenceros del todo, siempre encontráis alguna pega. Cada tienda de la que salís, repetís la misma frase: sólo una más. Que se acaba convirtiendo en visitar todas las posibles, acabando exhaustos e incluso mareados.
Es una historia que podría ocurrirnos a cualquiera y que a priori puede parecer divertida. Que incluso alguien nos diría: vas a Ikea, coges cualquier marco y listo. Pero para esa persona perfeccionista no vale “cualquiera”.
Esa persona perfeccionista vive en su mundo de exigencias. Unas exigencias que se pone tan altas, que jamás consigue alcanzar. Y cada vez que se expone a ese “fracaso” vuelve a generar un diálogo de autocrítica: “No vales, nunca consigues llegar, eres un fraude, se van a decepcionar contigo”.
El círculo que creamos con las exigencias inalcanzables y la autocrítica después, nos lleva a sentir una constante decepción con nosotros mismos que va minando nuestra propia seguridad y autoestima.
¿Cuántas veces os habéis visto envueltos en la trampa del “voy a revisar mi trabajo sólo una vez más” para tranquilizar el fantasma de la inseguridad? ¿Cuántas veces os habéis visto cambiando puntos y comas en frases de ese mismo trabajo intentando mejorarlo? ¿Cuántas veces vuestra mente exigente y perfeccionista os ha mandado un diálogo lleno de autocrítica?
Los valores con los que afrontamos el día a día se forman desde que nacemos, con la educación que recibimos de las primeras figuras de apego (los padres y familiares) y las vivencias y aprendizajes a lo largo de la vida.
Algunas veces recibimos valores de nuestra educación que directamente sin llegar a analizar si son adecuados para nosotros o no; como si heredásemos unos zapatos de nuestros hermanos, unos zapatos que nos quedan pequeños y que aún así llevamos puestos, provocando heridas y dolor. ¿Seguiríais usando unos zapatos que no son de vuestra talla sabiendo que os hacen mucho daño?
Con los valores pasa parecido: llevar con nosotros ese valor de las hiperexigencias y perfeccionismo nos lleva a sufrir, a nivel emocional. No podemos nunca llegar a los altos estándares que nos marcamos, y por tanto siempre vamos a sentir que no somos suficiente.
Pretender que todo salga y sea “perfecto” es pedirnos que dejemos de ser humanos, puesto que en nuestra naturaleza está la imperfección. No existe el marco de fotos perfecto como tampoco existe la persona perfecta.
Hacer un análisis de los valores que nos acompañan nos ayuda a revisar si estamos mirando la realidad con las gafas adecuadas, si nos estamos midiendo con el metro justo y si esto que estamos haciendo nos ayuda a estar bien con nosotros mismos o por el contrario nos aprieta como los zapatos de talla equivocada.
Cultiva un pensamiento y tendrás una línea de acción.
Cultiva la acción y crearás un hábito.
Cultiva un hábito y tendrás un valor.